domingo, 16 de agosto de 2009

Canicas Rojas

Durante los duros años de la
Revolución en un pueblo pequeño
de Aguascalientes, México, solía
parar en el almacén del Sr. Muro
para comprar productos frescos.
La comida y el dinero faltaban
y el trueque se usaba mucho.
Un día en particular, el Sr. Muro me estaba
empaquetando unas papas.
De repente me fijé en un niño pequeño, delicado
de cuerpo y aspecto, con ropa roída pero limpia
que miraba atentamente un cajón de peras
frescas y maravillosas.
Pagué mis papas pero también me sentí atraído
por el aspecto de las peras.
¡Me encanta el dulce de pera y las papas frescas!
Admirando las peras, no pude evitar escuchar la
conversación entre el Sr. Muro y el niño.
"Hola Toño, ¿cómo estás hoy?"
"Hola Sr. Muro. Estoy bien, gracias... solo
admiraba las peras... se ven muy bien"
"Si, son muy buenas. ¿cómo está tu mamá?"
"Bien. cada vez más fuerte"
"Bien. ¿Hay algo que te pueda ayudar?"
"No señor. Solo admiraba las peras."
"¿Te gustaría llevar algunas a casa?"
"No señor. No tengo con que pagarlas."
"Bueno, qué tienes para cambiar por ellas?"
"Lo único que tengo es esto, mi canica más
valiosa"
"¿De veras? ¿Mé la dejas ver?"
"Acá está. ¡es una joya!"
"Ya lo veo. El único problema es que ésta es azul
y a mí me gustan las rojas.
¿tienes alguna como está, pero roja, en casa?"
"No, exactamente, pero casi"
"Hagamos una cosa. Llévate esta bolsa de peras a
casa y la próxima vez que vengas
muéstrame la canica roja que tienes"
"¡Claro!. gracias Sr. Muro"
La Sra. de Muro se me acercó a atenderme y
con una sonrisa me dijo:
"Hay dos niños más como él en nuestra
comunidad, todos en situación muy pobre.
A salvador le encanta hacer trueque con ellos
por peras, manzanas, tomates, o lo que sea.
Cuando vuelven con las canicas rojas, y
siempre lo hacen, él decide que en
realidad no le gusta tanto el rojo, y los
manda a casa con otra bolsa de
mercadería y la promesa de traer una
canica color naranja o verde tal vez"
Me fui del negocio sonriendo e impresionado
con este hombre.
Un tiempo después me mude a Guadalajara
pero nunca me olvidé de este hombre, los
niños y los trueques entre ellos.
Varios años pasaron, cada uno más rápidamente
que el anterior. Recientemente tuve la
oportunidad de visitar unos amigos en esa
comunidad en Aguascalientes, mientras
estuve allí, me enteré que el Sr. Muro
había muerto.
Esa noche sería su velorio y sabiendo que
mis amigos querían ir, acepté acompañarlos.
Al llegar a la funeraria, nos pusimos en fila
para conocer a los parientes del difunto y para
ofrecer nuestro pésame.
Delante nuestro, en la fila, había tres
hombres jóvenes.
Uno tenía puesto un uniforme militar y los
otros dos unos lindos trajes oscuros con
camisas blancas. Parecían profesionales.
Se acercaron a la Sra. Carmelita,
quien se encontraba al lado de su
difunto esposo, tranquila y sonriendo.
Cada uno de los hombres la abrazó, la
besó, conversó brevemente con ella y
luego se acercaron al ataúd.
Los ojos cafés llenos de lágrimas de la Sra.
Carmelita, los siguió uno por uno, mientras
cada uno tocaba con su mano cálida, la mano
fría dentro del ataúd.
Cada uno se retiró de la funeraria limpiándose
los ojos.
Llego nuestro turno y al acercarme a la Sra. de
Muro le dije quién era y le recordé lo que me
había contado años atrás sobre las canicas.
Con los ojos brillando, me tomó de la mano y me
condujo al ataúd.
"Esos tres jóvenes que se acaban de ir son los
tres chicos de los cuales te hablé. Me acaban de
decir cuanto agradecían los "trueques" de
Salvador.
Ahora que no podía cambiar de parecer sobre
el tamaño o color de las canicas, vinieron a pagar su
deuda.
"Nunca hemos tenido riqueza"- me confió-
pero ahora Salvador se consideraría el
hombre más rico del mundo."
Con una ternura amorosa levantó los dedos sin vida
de su esposo.
Debajo de ellos habías tres canicas rojas
exquisitivamente brillantes.
Moraleja
No seremos recordados por nuestras palabras,
sino por nuestras acciones.
La vida no se mide por cada aliento que
tomamos, sino por las cosas que nos
quitan el aliento.

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